Repensar lo Humano

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La Shoá  fue la planificación del asesinato masivo, absoluto y final de todo un pueblo.

Es el paradigma del mal, el ejemplo más acabado de lo que el ingenio humano puesto a destruir, es capaz de lograr.El esfuerzo tecnológico, la inversión gigantesca de recursos tanto materiales como humanos al servicio de este objetivo difícil de adjetivar, dan una idea del potencial del hombre, en uno y en otro sentido.

 

 

 El término Genocidio como asesinato, o intento de asesinato de una etnia o un grupo racial determinado  resulta polémico, ya que hoy reconocemos un único origen de la Humanidad toda.

 

 

No obstante, más preocupante aún que la corrección semántica de los términos de referencia resulta la impasibilidad, la naturalidad con la que observamos a diario matanzas masivas, guerras civiles, y calamidades provocadas por hombres, contra hombres.

 

 

 El descarado (e insostenible)  negacionismo   la falta de reconocimiento de los estados autores de las mencionadas masacres, y de sus cómplices de todos los estratos en los diversos hechos a que hacemos referencia, hacen virtualmente  imposible la esperanza  de revertir estas tendencias aterradoras de poder que llevan a masacres, y con ello, la de un mundo mejor.

 

 

Resulta, por lo tanto, urgente, un  llamado a los buenos, que son quienes a través de su  silencio, allanan el camino de la opresión, de la tortura, de la muerte vilmente planificada.

 

 

En este  sentido, la memoria  de los hechos aberrantes de un pasado no lejano es la Ley que debe guiar  el accionar de las generaciones que nos sigan.El recuerdo convertido en acción, en educación, es la única flama que podrá encender un futuro en el que sea claro que todos convivimos en una  misma enorme nación.

 

 

"Dime –le pregunta el niño que alguna vez fue–, ¿qué has hecho con mi futuro? ¿Qué has hecho con tu vida?". Y él responde que lo ha intentado. Que ha tratado de mantener viva la memoria. Que ha procurado luchar contra los que quieren olvidar. "Porque si olvidamos", advertirá al Comité Nobel en 1986, "somos culpables, somos cómplices". Él es Ellie Wiesel.